La Carta
En la mansión vivía el Juez Ricardo Otaño con sus familia: su mujer Carla, delgada, cabello largo y suave, de 46 años; sus hijas, Marcela de 16 años, rubia, de ojos claro, que cursa tercer años y Mabel de 10 años, que cursa cuarto grado, es alta y elegante como su padre.
Como todas las mañanas se levantaron, desayunaron en la cocina, el padre se fue primero y antes de salir les dio un beso a cada una. Ya en el auto pensaba que las iba a llevar de vacaciones. Llegó a tribunales.
Entró, caminó saludando a todos los que estaban ahí. Un lugar hermoso, como un reino, en las paredes, cubiertas de fina madera, colgaban cuadros de jueces de otros tiempos. En su despacho había muchos libros, dos sillones, en uno de los cuadros había un retrato de él. Sobre el escritorio había una lámpara antigua, una foto de sus hijas y su mujer y algunos papeles.
Se acomodó en su sillón y encontró un sobre que decía: “Para el Señor Juez, Ricardo Otaño. Tomó la carta y comenzó a leer.
08/11/2014
Señor Juez: Usted no me conoce, me llamo Víctor Bo, estoy en la cárcel de Devoto, me condenaron a cadena perpetua,
Le estoy escribiendo, entre estas cuatros paredes de mi celda. Ingrese en el años 2000. Era un hombre gordo, pesaba 100 kg. , ahora peso 60 Kg. Me condenaron por el delito de robo y violación.
Tengo 60 años, me deje barba, el pelo un poco largo y, lamentablemente, sucio ya que se pelean por ir a bañarse, debido a que hay pocas duchas. También hay un solo catre, que comparto con otro preso.
Señor Juez, usted se preguntará ¿Por qué estoy escribiendo esta carta? Por qué soy inocente, sí competí el robo pero no la violación. Esto es lo que sucedió.
Tenía 50 años, el pelo rapado, un cuerpo macizó y en esa época trabajaba de albañil. Había formado una familia, con dos hijos, que se llaman Darío y Juan. Una mañana de invierno la empresa nos informa que se fundió y todos quedamos en la calle. Pasaron unos meses y no conseguía un trabajo, busqué en el diario, la TV., la radio y todos los días del año… En el barrio ya nadie nos vendía la comida.
En ese momento el juez miró la hora, eran a las 20.30 hs. y cansado de leer, dejó una marca en la carta para después leerla y la guardó en un cajón de su escritorio. Tomó su abrigo y se fue su casa.
A la mañana siguiente, estaba en su despacho y retomo la lectura de la carta.
“Me decidí a robar y una mañana a pleno sol entré en una joyería muy chica, no había nadie, al lado del mostrador estaba una mujer de 30 años, ella me pregunto que quería y yo le apunté con una arma y le dije que me diera todo el dinero. Ella asustada, sacó la plata de la caja y me fui con mi botín. Ese es mi delito. Recuerdo que cuando me fui vi que entró un hombre a quién nunca llamaron para declarar.
Estuve detenido, y me hicieron un juicio donde me condenaron a cadena perpetua. Le pido señor Juez, me ayude, no quiero morirme en esta celda. Solicito revise mi causa.
Víctor Bo
Ricardo, terminó de leer la carta y decidió averiguar antecedentes este preso. Envió a la policía a buscar a la mujer del negocio.
A la mañana siguiente la interrogaron acerca de quien eran el hombre que entró después el robo. La señora llora, no quiere hablar y Juez suplica dija la verdad. Final mente dice que quien la violo su novio y que lo había ocultado porque tenia miedo.
La señora, avergonzada pide disculpas a Víctor.
El Juez buscó personalmente a Víctor y como ya se habían cumplido los años por el delito de robo, le dieron la libertad y salió de la cárcel como un pájaro se su jaula como un pájaro se su jaula. En reparación por la injusticia el juez lo ayudó y Víctor hoy tiene una hermosa panadería.
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