miércoles, 18 de junio de 2014

                            Amor a orillas del  río



Morel Imoff estaba caminando en la terraza  de su  edificio, paresia un zombi. Llegó al borde de la cornisa,  subió sus brazos al cielo y se dejó caer.

Cuando  tenía 17 años cursaba el primer año. Una mañana, mientras la maestra daba la clase, entró  una mujer  bonita, con un  hermoso cuerpo, y se sentó
detrás de su  banco.   Sintió  su perfume y  un temblor recorrió sus venas.
En el patio de la escuela, ella se sentaba debajo de  un ombú. Un día  él se  acercó y le preguntó si podía sentarse con ella. La joven dijo que no.
 Insistió tanto  que finalmente aceptó, pero no pudieron hablar porque sonó  la campana y ella se levantó muerta de  risa, se  fue corriendo; mientras él la perseguía y le decía:-“¡Me llamo  Morel, queres  salir conmigo”! Entre risas, miradas y corridas ella gritó su nombre “¡Julia! Y moviendo la cabeza dijo que si” 
Empezaron a salir juntos por la vida. Julia  vivía en  una casa humilde,  en la orilla del  río y éste fue testigo de ese amor: caminaban  al atardecer, navegaban entre islas y se dormían con el arrullo del río.
Se casaron, vivieron  muchos años y si bien no tuvieron hijos, viajaron por  Europa, por América de Norte; escalaron el Aconcagua y convivieron con comunidades mapuches. Una vida llena de aventuras.
Julia tenia 50 años cuando  los médicos le descubrieron un   cáncer, que le dejaba pocos  meses de vida.
Médicos. Análisis.  Quimioterapia. Dolores. Morfina. 
Una mañana de agosto, con un sol tenue, Julia se fue  al país del nunca más.

Morel  estaba mal, no quería hacer nada, sentía un dolor denso en el pecho. No soportaba vivir con tanto vació   y un atardecer se fue   como un ave  con la ilusión de encontrase con Julia.

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